a los que orbitan

un proyecto en forma de libro... una selección de textos agrupados... e ilustrados...
el desorden de un blog... las órbitas paralelas...
a los que orbitan...

cita

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“Se abrían y cerraban cien ventanas. Mil ventanas. Y tras cada una, se escondía el miedo. Sentí la soledad como el paisaje del pánico. Me temblaron las manos. Supe que el miedo era mío.”
Extranjero de mí mismo | Alberto García-Alix

bípedos de barrio III

Lady Gin Tonic

A Lady Gin Tonic le pica la peluca y le pesan los collares.
Su cara arrugada, la boca sin dientes.
Desde la barra del bar ve a su único amigo junto a un joven que fuma.

“Lo de siempre, cariño.”
La camarera de ojos negros prepara diligente el gin tonic de Lady Gin Tonic.
Sin hielo. Una rodaja de limón. Una cuchara metálica de palo largo.
De su mejor chaqueta extrae un pañuelo de papel y lo extiende sobre la barra.
Poco a poco diluye la tónica en la ginebra, removiendo lentamente.

Los ojos negros de la camarera miran hacia la calle sin ver nada.
La cuchara de Lady Gin Tonic se detiene al fin, devolviendo el silencio.
Se ajusta la peluca de nuevo cuando ve acercarse despacio a su único amigo.

bípedos de barrio II

el anciano que no es un mueble

“No soy un mueble”, piensa el anciano.
“No soy un mueble”, piensa el anciano.
“No soy un trasto”, piensa el anciano.

Al doblar la esquina el anciano encuentra su banco ocupado por un joven.
Se detiene junto a él y enfrentan sus miradas.
Banco coronado por un árbol enfermo de asfalto que pesa menos cada día.
El joven sostiene el humo de un cigarro como un experto malabarista.
Se hace a un lado y el anciano se acomoda en su único lugar.

“No soy un mueble”, susurra el anciano.
“No soy un trasto”, susurra el anciano.
“Yo soy una canoa”, piensa el joven.

bípedos de barrio I

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el estudiante y la canoa

Hubo un quitamiedos en la carretera.
Hubo una moto que resbaló.
Hubo un motorista muerto.

Hay una mudanza en el piso de arriba del estudiante.
Los pequeños papás del motorista se acarician el uno al otro.
Hay un ascensor pequeño, máximo 200 k.
Los papás suben y bajan por las escaleras dando instrucciones muy breves.
Hay un estudiante que pierde la concentración de manera definitiva.

Una canoa desciende por la fachada tapando la luz.
Después sólo quedan las cuerdas, tensas, desafinadas.
El estudiante sale enfadado a la calle y se sienta en un banco.

sueños de syl

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Anoche soñé con Manhattan y con rascacielos que apuntaban al cielo y gritaban el nombre de M.

cita

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"El espejo se resquebraja,
la imagen huye y se despedaza como el mercurio derramado".
Árboles en invierno | Sylvia Plath

monomanías y sinopsis

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siempre estamos recorriendo caminos. A veces viajamos hacia delante, otras hacia atrás, o en círculos concéntricos, espirales o con la trayectoria de un boomerang. Nunca estamos quietos, es nuestra naturaleza la que nos lleva a emprender movimientos más o menos homéricos, pese a la calma aparente, la bondad o el brillo maldito en el guiño de un ojo. Hay quien convierte sus viajes en episodios novelescos o experiencias místicas entre ruinas desconocidas; los hay también que sólo necesitan irse a un bosque a escuchar el rumor del viento entre los árboles. Los hay de muchos tipos, tantos como conceptos. Para unos pocos los trayectos suceden en su interior, en kilómetros de venas, arterias, capilares, poros, pelos y uñas, intestinos y respiraciones.

a Fernando Pessoa

cuadriláteros

- … no te puedes despistar… no te despistes nunca... nunca… - decía con aliento entrecortado, incapaz de articular una frase más larga.
- …hagas lo que hagas… aunque tú lo intentes… todo… la gente es… ellos sólo… no tiene sentido… ningún sentido… es así… nunca te despistes, hijo… no importa…
Se asfixiaba en su discurso.
El niño miraba a su abuelo, moribundo entre las rayas de luz de atardecer que se filtraban a través de la persiana veneciana de la habitación del hospital, sentado en una silla de plástico rígido donde le habían dejado plantado hacía ya por lo menos una eternidad.
Tenía miedo de bajarse porque no llegaba bien con los pies al suelo. Tenía miedo de estar allí solo, en aquella penumbra de líneas con palabras raras flotando entre tubos, sondas, bolsas con líquidos, tubos y cajas de pastillas, flores artificiales y muchas sillas de plástico plegadas, como si cada día tuviese lugar allí una representación multitudinaria.
Prácticamente paralizado, casi ni pestañeaba, así que le miraba fijamentea los ojos, turbios como el agua de las acuarelas de la clase de dibujo. Por su mente cruzaba una sola frase, el deseo más importante del mundo: “Mamá, vuelve ya”.
- … no tiene sentido… ningún sentido… es así… nunca te despistes, hijo… no importa lo que hagas… ellos irán a por ti… ellos… todos… sólo verán lo malo… el día que te equivoques… eso es lo que verán…
Dificultad respiratoria.
Pequeños perdigones de saliva a trasluz que caen en la manta bordada con el nombre del hospital.
- …sólo eso… tu último error… años cumpliendo tu deber… nada importa… los últimos momentos determinan… determinan las cosas… debes recordarlo, hijo…


… no fue mi culpa…
… no lo fue…
… yo aseguré aquel andamio… siempre lo revisaba todo… cada puntal… uno a uno… siempre… dos veces… tres veces…
Giró la cabeza de manera brusca y cerró los ojos. Le deslumbraba una de las franjas solares que caía ahora desde las cejas blancas, pobladas, hasta el labio superior, pálido.
La arquitectura de tubos y sondas apenas se resintió, excepto aquel par que salían o entraban directamente de su nariz.
“Mamá, vuelve ya, no me importa el zumo, pero ven ya… ya…”, y con los codos rozó el abrigo materno, impregnado de perfume que aparcaba la única ausencia, en el respaldo de su silla rígida de la cual no podía escaparse.
Suave el forro interno de lana blanca.
Olor de abrazo a la salida del colegio.
Liberado de la fijeza de sus ojos turbios, pudo despegar la mirada hasta un cuadro de girasoles que presidía la cama, una lámina barata de amarillos y verdes, sobre todo amarillos exagerados de mediodía, que se dividían lineal e intermitentemente en zonas de claros y oscuros según la caída inexorable del sol.
- … Mauricio…. pobre… y su chiquilla… aquella mirada en el entierro…
no fue mi culpa… se cayó… no pudimos hacer nada… se murió en la acera… y no dijo nada…

… nada…

Contraía la cara arrugada, y entre las palabras emitía un ruido ronco, al inspirar y al expirar
- …
El ruido hacía cada vez más eco en la habitación, casi llegaba a solaparse…
giraba el cuello como si quisiera dárselo la vuelta 360 grados
- …
mantenía los ojos cerrados huyendo de la línea de sol
- …
Apretaba una mano de la que salía un tubo de plástico transparente pegado con esparadrapo
- …
Se abre la puerta sin cerradura de la habitación y comienza a entrar de espaldas una mujer de unos treinta años, pantalón vaquero, jersey de lana azul claro, pelo castaño, recogido en una coleta con una goma roja, zapatillas blancas de deporte.
Al girarse para sujetar la puerta pierde un poco el equilibrio y el eco del sonido ronco de los pulmones del anciano se escapa hacia el pasillo.
Lleva un bolso colgando, pequeño y marrón, y en las manos un zumo, un vaso de plástico con café y una bolsa de patatas.
Ese eco devastador…
Sabe que algo no va bien.
Deja lo que ocupan sus manos al lado de las flores artificiales y vuelve a salir de la habitación.
“Mamá, vuelve ya…”
- …
- …
- … … … … . . .
Vuelve a abrirse la puerta.
Un médico.
Una enfermera.
Una madre.
Todos, apresurados, revolotean.
Otra enfermera.
Y otra más.
Ya no hay eco.
Nadie se da cuenta de que el niño no puede bajarse de la silla él solo.
Que ya no tiene sed.
Que hace mucho tiempo que no quería estar allí.
Alza la vista y pierde su mirada entre girasoles de reproducción en serie.
Y no piensa absolutamente en nada.

cita

"Cuando dos objetos orbitan sobre sí, el periastro es el punto en el que los dos objetos se encuentran más próximos el uno al otro y el apoastro es el punto donde se encuentran más lejos."
Wikipedia | Anónimo

otras órbitas

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monomanías y sinopsis

un insecto de color verde fluorescente deambulaba perdido en la noche por una avenida, yendo a parar al interior de una casa guiado por la luz de una lámpara, con tan mala suerte que se acercó demasiado a la bombilla y ésta le frió las alas.
A la mañana siguiente, otro insecto de color verde fluorescente idéntico al anterior apareció en el techo de aquella habitación. No se movió de allí durante dos días. Pero al tercer día, fuese por inanición o por pena, cayó muerto al suelo sin hacer apenas ruido.
Alguien barrió poco después y los cadáveres fueron a parar juntos al mismo cubo de basura.

monomanías y sinopsis

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bípedos

y es que hay días que no puede ser. De nuevo otra de esas situaciones en las que llega a un sitio que ya conoce previamente (su distribución, sus elementos, los colores, el olor) y, según unos mecanismos escenográficos que hubiesen sido del total agrado de los constructivistas rusos, cambia de forma siniestra el espíritu del lugar, poseyéndolo con suma delicadeza, virando los brillos de las esquinas y los reflejos de los rincones, haciéndole sentir tan incómodo que apenas acaba de llegar, ya quiere marcharse de allí.
Pero al fin han quedado y está a punto de venir.
- Una cerveza, por favor – le pide al camarero que acaba de acercársele
a cambiar un cenicero con varias colillas por otro vacío. Éste no dice nada, pero masca su chicle con más fuerza durante unos segundos y se dirige a una de las neveras. Vuelve con la botella ya abierta.
- Dos cincuenta.
Saca su cartera de la chaqueta y al abrirla dos monedas de uno y una de cincuenta saltan con entusiasmo hasta el otro lado de la barra, cayendo justo en un platito de plástico junto a la caja registradora.
Tras un largo sorbo de cerveza trata de entretener la espera descifrando qué cuadro es el que tiene delante, uno más de los elementos que fueron distorsionados cuando puso el pie en la entrada de aquel bar. Debía estar girado, o del revés, o volteado como en un espejo, y aunque también los colores eran distintos a como los recordaba, continuaba pareciéndose en gran medida a una pintura de Basquiat.

a Marc

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"Alguien decía, en cambio, desde algún rincón de su conciencia, que cuando la vida se desgarra en el pensamiento, o en la locura, en el deseo o en dolor, algo más grande nos embiste, nos ilumina: polvo somos, pero a veces un soplo de grandeza nos roza, nos eleva."
El beso de la medusa | Melania G. Mazzucco

monomanías y sinopsis

el sermoneador, como cada domingo, más o menos a la misma hora, termina de abrochar los botones de su mejor camisa, se asegura el cinturón, comprueba que la cremallera del pantalón esté arriba, los pliegues de la plancha paralelos a las piernas, los cordones de los zapatos abrochados en nudo lazo, simétricos en su caída a una altura prudencial para evitar cualquier traspiés, vuelta a revisar los puños, limpios y almidonados, el cuello rígido, el olor a piel humedecida con agua de romero asciende regularmente desde el último botón, pasa por el cuello recién afeitado y se bifurca hasta detrás de las orejas, donde se confunde con el olor del pelo, surcado a su vez por un peine de púas finas y color verde que deja su rastro en el cabello ayudado por el previo rociamiento indiscriminado del agua de romero, en el intermedio que le ubica antes y después en el bolsillo trasero derecho de su pantalón y desde donde arrastra inevitablemente alguna pelusa que queda camuflada entre las raíces, rubias y fuertes, del mismo tono que las cejas, pobladas e indomesticables, siempre despeinadas apuntando a varios sitios a la vez, incongruentes en sí mismas por su ubicación sobre unos ojos estables y serenos, del color del chocolate con leche, ojos tranquilos, con pocos parpadeos, de movilidad lenta, de objetivos fijos a los que suele dirigir sus palabras, hablando más allá de unos dientes poco cuidados y de una boca de labios finos, más que con las palabras, habla con el cuerpo entero, compuesto exactamente igual cada semana.

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“No hay heroísmo en las penas que uno mismo se inflige; ni siquiera son penas, en verdad, sino inescrutables placeres.”

Esta historia | Alessandro Baricco

cuadriláteros

la sábana permanecía arrugada como un apunte viejo junto al cuerpo cansado de aquel hombre. En los devaneos inconscientes del sueño se le enrolla, la pisa con un codo, o con el costado, y desembarazarse de ella supone un esfuerzo hercúleo.
Muchas de sus pesadillas son debidas a esta simple lucha.

monomanías y sinopsis

dos osos de color gris trotaban simultáneamente por la gran avenida atestada de tráfico y peatones. En la cabeza, como todos los osos de la ciudad, llevaban sendas caretas de cartón con caras de animales: el macho llevaba un león y la hembra una jirafa. Por los agujeros circulares podían verse sus pequeños ojos rojos.
Esperando para cruzar en un semáforo, una mujer joven que en el pasado había tenido contacto laboral directo con un grupo de osos grises, se agachó para acariciar cariñosamente al macho. Éste se frotó con su pierna y emitió un sonido sin abrir la boca. El error, gravísimo, que cometió aquella mujer insensata, fue retirarle la careta de león al oso gris.

bípedos

la aceptación de la naturaleza urbana. Existen en las grandes ciudades los llamados pulmones verdes, el pulmón de M, el pulmón de B, de L, de NY. Los espacios suelen ser artificiales, encajonados y estructurados en parcelas controladas, imitando de manera imposible la naturaleza salvaje. Los planteamientos decorativos impiden el natural desarrollo de éstos: cada especie de árbol o planta se medita previamente, según su vistosidad o armonía para con su contexto; si una zona posee árboles de hoja caduca que amarillean en otoño y se pelan en invierno, se trata de que en la vereda más próxima se instalen unas flores permanentes para que nadie mire hacia arriba. Lo contrario para las plantas vistosas temporales a cuyo lado siempre intervienen hermosos y enormes árboles perennes que arropan el espacio con su majestuosidad. Mientras la gente acude a los pulmones, no existen reglas de aceptación mutua, se improvisan los comportamientos. Cuando XY se tumba al lado de XX aquella tarde de domingo, recién estrenado el mes de octubre, un día de clima suave, de sol tibio y brisa mediterránea, intuye que el parque lo rechaza, que la naturaleza no lo quiere, como tampoco lo quiere XX. Siente que los árboles le agreden con lo que ellos ya no quieren: sus hojas muertas, sus ramitas sin savia, y que todos los desperdicios le son arrojados encima suyo, situación de lo más incómoda para intentar relajarse y conseguir encontrar el momento perfecto para contarle a XX lo que había venido a decirle. Se pasa el rato sacudiéndose la cabeza y el resto del cuerpo, en espamos asustadizos al principio, cansados después. Los habitantes del pulmón parece que también se han aliado en una cruzada contra él ya que cada mosca, mosquito, hormiga y bichito se acerca hasta él que, con las piernas al descubierto por un pantalón corto, se siente aún más desprotegido y atacado. Piensa que desearía ser invisible en ese momento, que para XX sólo fuese una voz que le susurrase al oído su discurso bajo la sombra de uno de los enormes árboles de hoja caduca donde habían encontrado un hueco para aquella cita que ambos pensaban aclaratoria y definitiva y ocurrió que no pudo comenzar siquiera. Odiando su corporeidad una vez más y el rechazo del entorno y las personas, la incapacidad de XX para llegar hasta ningún rincón de él, la falta de protocolo o el exceso de éste, la cordialidad sobrevalorada y mal llevada, los tambores que un grupo de africanos toca apasionadamente en la vereda de enfrente, las nubes de bichos que lo afrentan, el chorro de objetos que le esgrimen los árboles, los nervios y la aceptación final de que ese tampoco será el día.
-Vamos al Chino a tomar una cerveza – dijo finalmente, tajante, en el momento exacto en que la brisa mediterránea se detuvo por completo.

monomanías y sinopsis

el tiempo se detiene en el preciso instante en que paso, descuidado, la cuchilla de afeitar por mi cara. Desde que la piel se abre hasta que comienza a brotar la mancha de sangre, el tiempo queda como en suspensión.

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“El grado de lentitud es directamente proporcional a la intensidad de la memoria; el grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido.”

La lentitud | Milan Kundera

prólogo

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la mayoría de las veces no sabemos exactamente qué es lo que queremos. Desearíamos que algo o alguien se nos acercara y nos susurrara al oído el camino a seguir.
Hay momentos en los que estamos tan perdidos que no somos capaces ni de encontrarnos a nosotros mismos. Y es en esos instantes en los que nuestra debilidad se hace mayor, mientras nos volvemos más pequeños, nos convertimos en seres inocentes, vulnerables, confiados; solemos pensar que todo va a salir bien, sin ser prácticamente conscientes de la sugestión y el autoengaño.
Damos por supuesto que la suerte existe a pesar de no tener la certeza matemática ni la comprobación física o química, confiamos en ella como en un dios invisible que jamás ha dado muestras de que juegue con nosotros. A eso se le llama fe.
Necesitamos aferrarnos a algo que esté fuera de la lógica, del trabajo, de la rutina. La magia de los adultos: eso es la suerte.
Aprendemos a dejar de creer en los Reyes Magos, en el ratoncito Pérez, en castillos llenos de dragones y princesas, en frutos mágicos, en el país de Nunca Jamás...
Dejamos de creer en nosotros mismos cuando éramos niños, olvidando todo aquello de lo que estábamos llenos entonces, cuando volábamos incansables, cuando soñábamos con ser los protagonistas de historias fantásticas... que poco a poco fueron languideciendo y transformándose en otro tipo de sueños.
Y cerramos los ojos.
Porque no encontramos ningún camino de baldosas amarillas que seguir...
...Estamos perdidos...

cuadriláteros

la ilusión de los desayunos. El olor a sexo y a sudor compartido, tras horas de sueños independientes, el ruido espeluznante del despertador y el automatismo del desperece. Las arrugas de la almohada clavadas en la cara y las sábanas tatuadas en la espalda. Arrastrarse hasta la cocina y poner al fuego una cafetera, y unas rebanadas de pan a tostar, bostezar y buscar el hueco del otro, que en vertical ya no tiene la misma forma. Balbucear palabras y mojarlas en el café para ver si se despiertan, justo después de la ducha rápida con toalla prestada y un ligero rastro de humedad en el aire. Y llega el atropello de la hora, y los quehaceres inmediatos, y el “Ya te llamaré”, y la caricia en la cabeza como a un perro grande o a un gato faldero, y el portazo que estremece, y los pasos apresurados por la escalera, y la sensación de vacío, de suspensión, y los cacharros sucios del desayuno en la pila, aún tibios.

cita

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“Pues somos como troncos de árbol en la nieve. Aparentemente yacen en un suelo resbaladizo, así que se podrían desplazar con un pequeño empujón. Pero no, no se puede, pues se hallan fuertemente afianzados en el suelo. Aunque fíjate, incluso eso es aparente.”

Los árboles | Franz Kafka

monomanías y sinopsis

había una vez… una niebla ingrávida con un ligero olor a humedad que se filtraba cada año durante las tardes del mes de agosto en los engranajes de todos los relojes de la ciudad, empastándolos y haciendo que cada segundo durase exactamente el doble de su tiempo. Salvo una única ocasión, un sábado día nueve de cierto año bisiesto en el que los relojes se detuvieron por completo durante unos pocos minutos, generalmente procedía así. Algunas gentes (no eran muchas, sólo aquellas capaces de percibir en el silencio el ritmo de sus propios latidos), notaban un desacompasamiento raro entre éstos y los segunderos de los relojes, y anotaban mentalmente acudir al cardiólogo porque debido, seguramente al calor, sentían como si se les disparase el corazón. Por las noches, en las calles y parques, comentaban esta extraña e indemostrable dilatación temporal de las tardes de agosto entre angustiosas preocupaciones ventriculares, pero sin llegar a ninguna explicación lógica, ya que el propio sol ralentizaba también su movimiento, o quizá era aquel trozo de tierra el que giraba más lento durante unas horas.
Nunca nadie pudo explicarlo.
Cada noche, la niebla ingrávida y sin apenas olor ya (si acaso un olfato finísimo se cruzase en su migración podría percibir como mucho un leve regusto metálico), se retiraba lentamente de los relojes y atravesaba la ciudad hasta los márgenes del río, escondiéndose bajo el lecho de las ranas, cuyo croar rítmico se transformaba en una imitación superior y perfecta de los segunderos de los relojes.

a Plasencia

monomanías y sinopsis

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el suicida
se coloca debajo del puente con gran concentración y seguro de lo que está haciendo. Cuando se siente preparado, pega un salto hacia arriba con los ojos cerrados hasta llegar al borde del puente. El salto ha de ser espectacular para el suicida aunque nada más se levante
unos palmos del suelo. El suicidio es interior, y una vez suicidado puede volver a su vida y comenzarla de nuevo y nadie tiene que recoger las vísceras aplastadas que caen bajo los puentes.

a XY

portada

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nota preliminar

esta selección de textos e ideas viene agrupada en cuatro secciones de lectura independiente, dentro de las cuales, su orden también puede ser aleatorio. tampoco están ordenados cronológicamente sino bajo cuatro criterios generales:

monomanías y sinopsis: reúne básicamente premisas abiertas, anotaciones, ejercicios de estilo, experimentos, homenajes, fantasías y sinopsis propiamente dichas de historias deliberadamente no desarrolladas.

cuadriláteros
: situaciones (ya sea antes, durante o después, y con mayor o menor grado de obviedad) que ubican su escenario sobre una cama.


bípedos:
algunas relaciones humanas, interacción entre personas.


las cuatro estaciones:
uno de tantos posibles ciclos emocionales catalogado en cuatro estados evolutivos.



cada una de las partes relevantes de esta recopilación ha sido interpretada y posteriormente ilustrada por el trabajo fotográfico de silvia sánchez muñoz, expresamente ideado para a los que orbitan.

plasencia | madrid | barcelona
2009

monomanías y sinopsis

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en la oscuridad
se ha de evitar mirar fijamente, de nada sirve concentrarse en un punto fijo. Para adivinar lo que ocurre hay que mirar con el rabillo de los ojos.

cita

“En los libros las cosas quedan explicadas; en la vida, no. No me extraña que la gente prefiera los libros. Los libros le dan sentido a la vida. El único problema radica en que las vidas a las que dan sentido son las de otros, jamás a la del lector.”
El loro de Flaubert | Julian Barnes