a los que orbitan

un proyecto en forma de libro... una selección de textos agrupados... e ilustrados...
el desorden de un blog... las órbitas paralelas...
a los que orbitan...

bípedos

la aceptación de la naturaleza urbana. Existen en las grandes ciudades los llamados pulmones verdes, el pulmón de M, el pulmón de B, de L, de NY. Los espacios suelen ser artificiales, encajonados y estructurados en parcelas controladas, imitando de manera imposible la naturaleza salvaje. Los planteamientos decorativos impiden el natural desarrollo de éstos: cada especie de árbol o planta se medita previamente, según su vistosidad o armonía para con su contexto; si una zona posee árboles de hoja caduca que amarillean en otoño y se pelan en invierno, se trata de que en la vereda más próxima se instalen unas flores permanentes para que nadie mire hacia arriba. Lo contrario para las plantas vistosas temporales a cuyo lado siempre intervienen hermosos y enormes árboles perennes que arropan el espacio con su majestuosidad. Mientras la gente acude a los pulmones, no existen reglas de aceptación mutua, se improvisan los comportamientos. Cuando XY se tumba al lado de XX aquella tarde de domingo, recién estrenado el mes de octubre, un día de clima suave, de sol tibio y brisa mediterránea, intuye que el parque lo rechaza, que la naturaleza no lo quiere, como tampoco lo quiere XX. Siente que los árboles le agreden con lo que ellos ya no quieren: sus hojas muertas, sus ramitas sin savia, y que todos los desperdicios le son arrojados encima suyo, situación de lo más incómoda para intentar relajarse y conseguir encontrar el momento perfecto para contarle a XX lo que había venido a decirle. Se pasa el rato sacudiéndose la cabeza y el resto del cuerpo, en espamos asustadizos al principio, cansados después. Los habitantes del pulmón parece que también se han aliado en una cruzada contra él ya que cada mosca, mosquito, hormiga y bichito se acerca hasta él que, con las piernas al descubierto por un pantalón corto, se siente aún más desprotegido y atacado. Piensa que desearía ser invisible en ese momento, que para XX sólo fuese una voz que le susurrase al oído su discurso bajo la sombra de uno de los enormes árboles de hoja caduca donde habían encontrado un hueco para aquella cita que ambos pensaban aclaratoria y definitiva y ocurrió que no pudo comenzar siquiera. Odiando su corporeidad una vez más y el rechazo del entorno y las personas, la incapacidad de XX para llegar hasta ningún rincón de él, la falta de protocolo o el exceso de éste, la cordialidad sobrevalorada y mal llevada, los tambores que un grupo de africanos toca apasionadamente en la vereda de enfrente, las nubes de bichos que lo afrentan, el chorro de objetos que le esgrimen los árboles, los nervios y la aceptación final de que ese tampoco será el día.
-Vamos al Chino a tomar una cerveza – dijo finalmente, tajante, en el momento exacto en que la brisa mediterránea se detuvo por completo.

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