a los que orbitan

un proyecto en forma de libro... una selección de textos agrupados... e ilustrados...
el desorden de un blog... las órbitas paralelas...
a los que orbitan...

monomanías y sinopsis

el sermoneador, como cada domingo, más o menos a la misma hora, termina de abrochar los botones de su mejor camisa, se asegura el cinturón, comprueba que la cremallera del pantalón esté arriba, los pliegues de la plancha paralelos a las piernas, los cordones de los zapatos abrochados en nudo lazo, simétricos en su caída a una altura prudencial para evitar cualquier traspiés, vuelta a revisar los puños, limpios y almidonados, el cuello rígido, el olor a piel humedecida con agua de romero asciende regularmente desde el último botón, pasa por el cuello recién afeitado y se bifurca hasta detrás de las orejas, donde se confunde con el olor del pelo, surcado a su vez por un peine de púas finas y color verde que deja su rastro en el cabello ayudado por el previo rociamiento indiscriminado del agua de romero, en el intermedio que le ubica antes y después en el bolsillo trasero derecho de su pantalón y desde donde arrastra inevitablemente alguna pelusa que queda camuflada entre las raíces, rubias y fuertes, del mismo tono que las cejas, pobladas e indomesticables, siempre despeinadas apuntando a varios sitios a la vez, incongruentes en sí mismas por su ubicación sobre unos ojos estables y serenos, del color del chocolate con leche, ojos tranquilos, con pocos parpadeos, de movilidad lenta, de objetivos fijos a los que suele dirigir sus palabras, hablando más allá de unos dientes poco cuidados y de una boca de labios finos, más que con las palabras, habla con el cuerpo entero, compuesto exactamente igual cada semana.

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