La sirena de cabellos de fuego mira a lo lejos por última vez, lo que será la ciudad sumergida. Su corazón de anfibio se estremece por el recuerdo de aquellos ojos grises. Es entonces cuando chapotea en el agua y con la rapidez propia de su especie, se sumerge y desaparece en la oscuridad de las aguas gélidas.
Los habitantes de la ciudad cuentan que con su marcha y la muerte del marinero, los edificios no han cesado de llorar; y sus calles ante las lágrimas incesantes de los palacios, los burdeles, las posadas, pensiones, consistorios, dispensarios y demás moradas, se encuentran anegadas por el naufragio de tanta tristeza.